José Ponte Rangel | Buenos Aires, Argentina
En una panadería del este de Caracas, puedes conseguir el producto que busques, panes, cachitos o profiterol, eso sí, todo está en dólares o al cambio del día que marque el promedio de precio que muestren las más de diez páginas web que cotizan informalmente el dólar negro. Sin duda la economía venezolana se ha dolarizado, un baguette o canilla, como se le dice en Venezuela, cuesta 1 dólar, el kilo de carne vale 3.5 dólares y una máquina de afeitar desechable 15 dólares, frente a estos precios, un trabajador promedio por cumplir una jornada de 8 horas al día de lunes a viernes gana mensualmente menos de 10 dólares.
La militarización en Venezuela se ha convertido en el común denominador, no ahora, desde hace años. En las farmacias, en los supermercados, en las paradas de autobús, en los centros comerciales, en las playas. En el día a día, es común encontrar jóvenes uniformados con fusiles de asalto, listos para neutralizar cualquier “alteración de orden público”, delito del cual puede ser acusado cualquier persona que intente exigir que se le respeten sus derechos. Esta situación, combinada con la inoperatividad del sistema judicial, puede garantizar a un ciudadano que alce su voz contra las injusticias o simplemente se queje por la falta de gasolina después de hacer una cola por más de 48 horas, muchos meses o años en una cárcel sin ni siquiera permitírsele hablar con un abogado.
La falta de medicinas, otra de las calamidades de millones de ciudadanos venezolanos. En los hospitales públicos no hay insumos, en las farmacias no hay medicamentos y en las clínicas privadas todo es en dólares. Es decir, ese venezolano que gana menos de 10 dólares por mes, si tiene alguna necesidad médica, debe acudir a amigos y familiares, o a utilizar la plataforma de recaudación de fondos online, Go Found Me, que se ha vuelto el centro de recaudación de cientos de venezolanos que necesitan asistencia médica y no cuentan con los recursos económicos. Algunos logran conseguir sus objetivos, otros no corren con la misma suerte.
Este contexto, ha producido el mayor éxodo de emigrantes venezolanos de toda la historia. Después de la mayor, y me atrevo a decir, irrepetible, bonanza petrolera vivida por Venezuela entre los años 2005 y 2011, Venezuela ha pasado a ser un territorio saqueado, desbastado y arruinado. La solidaridad latinoamericana ha existido, nadie lo puede dudar, sin embargo, cuando hoy en día la crisis venezolana se profundiza, los países de la región empiezan a cerrar sus fronteras a los venezolanos: la imposición de visas es un gran obstáculo, no solo por el trámite administrativo, sino por el costo económico que implica viajar a Caracas para una persona del interior del país y realizar la solicitud.
Muchos países de América del Sur han tendido la mano a muchos venezolanos que huyen del caos, sin embargo, ahora han decidido cerrar sus fronteras. Tienen todo el derecho, son Estados legítimos y soberanos, hoy los miramos y los entendemos. Entendemos que no esperaban tantos nuevos visitantes, entendemos que sus escuelas y hospitales no están preparados. Pero lo que no podremos entender, es que después de tantos años de dictadura aún no hayan podido ofrecer una solución, lo que no podemos entender es que hayan permitido la construcción de una dictadura militar frente a sus ojos, lo que no podremos entender es el silencio cómplice que por muchos años reinó en la región.
La crisis humanitaria venezolana se ha convertido en un tópico de discusión en los centros de estudios, y cada vez que hay alguna reunión entre jefes de Estados de la región, sin embargo, la retórica discursiva es la única propuesta concreta. Ha llegado el momento de reflexionar y empezar a entender que ya en este punto no se trata de negocios, ni de política, ni tampoco de diplomacia; ha llegado la hora de buscar una solución concreta, sea cual sea, y sin dudas, la menos factible es restringir el éxodo migratorio y colocar a los ciudadanos venezolanos en la situación desesperante de esperar la muerte gracias a la crisis política y económica del país.
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Las ideas aquí expresadas pertenecen al autor del artículo y no necesariamente son las de la Fundación Rioplatense de Estudios.
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