Columna de opinión
En una publicación anterior (ver artículo) se presentó el caso de la emergencia de individuos y de grupos sociales que con preocupaciones (legítimas por cierto) han utilizado las movilizaciones y expresiones performativas para visibilizarlas. Si bien pueden resultar visualmente impactantes, ofrecen muy poco a la hora de formular y ejecutar soluciones reales. Son acciones que tienen un carácter simbólico y performativo, con las que se busca una postura moral frente a una problemática, y con las que se asigna la responsabilidad a figuras abstractas. Todas estas acciones terminan volviendo a lugares comunes donde la crítica y la protesta se transforman en un fin en sí mismo, y en última instancia se concluye que la solución pasa por el Estado (o sea, “que se encargue otro”).
En esta oportunidad, el planteo será distinto. Se planteará de qué manera sí se puede abordar problemas complejos de interés social o colectivo con resultados concretos. Pero para eso, habrá que hacer una distinción de carácter conceptual, la que será referida como “el dilema de las dos facultades”.
Supóngase que hay una preocupación por un problema complejo de índole social o colectiva. Habrá dos caminos, dos juegos de herramientas bien distintos para encontrar la solución: la Facultad de Ciencias Sociales y la Facultad de Ingeniería.
En la Facultad de Ingeniería seguramente se pase cinco o más años profundizando en cálculo avanzado, sistemas complejos y gestión de proyectos, entre otros. Pero lo más importante, aprenderá a definir un problema de forma clara, definir qué constituye una solución apropiada, planificar y ejecutar un proyecto de tal manera de que se alcance lo que constituye dicha solución, hacerlo de tal forma que los recursos disponibles sean utilizados eficientemente, y especificar cómo valorar cuantitativamente el éxito o fracaso del mismo.
Pero quizás, después de este arduo proceso, a pesar que esté más formado, sienta que aún no sabe lo suficiente. Y por eso querrá invertir dos años más en una Maestría o incluso en un Doctorado. Luego de este proceso, y una sólida trayectoria laboral, quizás llegue a la vanguardia de su campo, donde tendrá los recursos para comprender un problema complejo y comenzar a esbozar una solución. Pero eso no será suficiente: también deberá rodearse de gente tan capacitada e interesada como usted, y conseguir que dediquen su tiempo y esfuerzos al proyecto. Y por si fuera poco, deberá salir a buscar financiación, compitiendo contra otros equipos de personas tan capacitadas, dedicadas y convencidas como el suyo.
Un ejemplo de esto es The Ocean Clean Up. Esta fundación sin fines de lucro fue montada en 2013 por el holandés Boyan Slat. Esta organización cuenta hoy con más de 90 ingenieros, investigadores, científicos y especialistas en modelos computacionales. El equipo desarrolló un sistema de recolección pasivo que se mueve con las corrientes marítimas y recolecta el plástico en el océano. Este sistema tiene la capacidad de remover cada 5 años el 50% del plástico de la denominada Isla de Basura en el Océano Pacífico. Otro sistema avanzado, el Interceptor, tiene una estructura autosustentable y escalable que evita el traspaso de plástico desde los ríos hacia los océanos. The Ocean Clean Up proyecta que en los próximos 5 años podrán instalar 1.000 de estas unidades. Mediante estas iniciativas, se proponen eliminar el plástico de los océanos para 2050.
The Ocean Clean Group tiene acumuladas en sus filas décadas de formación y experiencia en las áreas más complejas del conocimiento científico. Combinando estos conocimientos, utilizando una seria gestión de recursos y recibiendo capitalización, quizás pueda constituirse como la mejor esperanza para salvar los océanos y la fauna marítima.
Un segundo ejemplo es el de la carne cultivada (o carne in vitro), que es aquella producida a partir de un cultivo de células extraídas de animales. Marcus Post, Profesor de Fisiología Vascular en la Universidad de Maastricht y anteriormente de Angiogénesis en Ingeniería de Tejidos en la Universidad de Tecnología de Eindhoven, logró en 2013 producir el primer prototipo de este concepto. Dos años después fundó Mosa Meat, una compañía que está desarrollando los métodos para producir y comercializar carne cultivada en pocos años y a un precio competitivo. Con este desarrollo, matar animales para elaborar alimentos podría entrar a los libros de historia, y quizás se genere una renta por esto.
Lo que uno puede recaudar de estos dos ejemplos son décadas de preparación, dedicación e involucramiento con una problemática. Estos proyectos no fueron abordados desde un ángulo mediático, moralista y performativo, sino desde una silenciosa constancia y preparación. Son proyectos que requieren un gran capital humano y el trabajo de una vida.
El otro camino es el de Facultad de Ciencias Sociales. En ese camino uno se verá seducido a abordar problemáticas de forma ideologizada, aplicando ideas marxistas y conceptos como “perspectiva de género” y “colonialismo”. Esto producirá militantes performativos que se visten y actúan por unas horas en la calle y se darán por satisfechos, pues sentirán que han cumplido con su tarea. Una pensada pero simple puesta en escena alcanzará para consagrarse como los héroes del día. No habrán cambiado al mundo, no habrán resuelto una problemática (ni siquiera la habrán definido concretamente), pero se darán por logrados por el consumo colectivo de sus ideales.
Naturalmente, no se pretende santificar a las ciencias naturales y a sus practicantes, ni denigrar o caricaturizar a las ciencias sociales y a sus estudiosos. Pero el enorme potencial de las primeras frente a la politización de las segundas es difícil de ignorar. La realidad es que los cambios de escala global necesitan gente excepcionalmente competente, altamente formada y con un temperamento singular.
Las ideas aquí expresadas pertenecen al autor del artículo y no necesariamente son las de la Fundación Rioplatense de Estudios.