José Ponte Rangel| Buenos Aires, Argentina
Millones de personas oprimidas y sin poder levantar su voz, ya que esto les puede costar la vida; ciudadanos armados que se desplazan en motocicletas mostrando sus armas largas para intimidar con total impunidad; territorios completos tomados por el grupo terrorista ELN a los cuales hay que pagarle vacuna; fuerzas armadas totalmente destruidas institucionalmente y vinculadas con el narcotráfico; empresas rusas destruyendo el rico y diverso ecosistema para extraer petróleo, oro, coltán y uranio sin ningún control; y finalmente, una cúpula corrupta que cada día profundiza más la peor crisis económica y social de la historia. Este relato ya es conocido, pero han pasado años y lo único seguro es que hay personas que son rehenes.
Algunos rehenes han podido escapar: muchos caminando, otros por avión y algunos otros navegando. Llegan a tierras desconocidas donde se encuentran con todo, gente buena y otra no tanta. Dejan atrás sus familias, sus casas, sus cosas, reducen todo a la esperanza de que es un viaje momentáneo hasta que el caos pase. Sin embargo, cada día el caos parece profundizarse más. Los rehenes que lograron escapar hacen lo posible por enviar a quienes quedaron adentro 10, 20, 30 o 50 dólares. No es suficiente para vivir, pero es lo que se puede.
La cúpula corrupta y opresora luce sus riquezas frente a los rehenes. Son miles de millones de dólares robados, contenedores de comidas y medicinas que se compraron y que nunca llegaron, niños que mueren al nacer por falta de incubadoras y abuelos que mueren por falta de tratamientos para la hipertensión. Son miles de víctimas y pocos los victimarios. Algunas esperanzas aparecen y los rehenes celebran. No obstante, la tibieza de algunos actores vuelve a apagar la llama de la esperanza y la oscuridad nuevamente llena los rincones de las celdas.
Desde afuera, los libres miran a los rehenes con lástima, sin hacer lo suficiente. Es como una exhibición donde hay un vidrio: mientras lo que suceda adentro no afecte al espectador, bastará con declaraciones. Los rehenes desesperan y apuestan por un motín, uno que incluya violencia y muerte. Hoy se puede evitar, mañana quizás será la única opción. Es hora de actuar, la diplomacia está terminando y no ofrece soluciones. Tal vez sea porque la disputa en conflicto no es ideológica o política, sino que es una banda criminal que tiene muchos rehenes y tantos han sido los crímenes cometidos que saben que su destino final es la cárcel, en el mejor de los casos.
La estrategia de la cúpula corrupta es que los rehenes guarden silencio o se cansen, la orden es neutralizar a los rebeldes. A los espectadores, el gobierno con ayuda de sus aliados les sube la apuesta cada día para que parezca que nada puede ser peor. Mientras, la libertad desaparece en silencio y con complicidad de medios de comunicación y personas, que desde fuera de la cárcel declaran que todo está mal por culpa de agentes externos y que los rehenes estarían bien si a los opresores no se les juzgara.
Sin duda la hora llegó: ya está demostrado que los rehenes no pueden solos, no tienen los medios para enfrentar a la cúpula y sus aliados. La solución no puede venir de los rehenes, como tantas veces se ha repetido, y los espectadores no pueden seguir viendo como si fuera una vidriera, como si no fuera lo peor que ha podido pasar; es moral y éticamente inaceptable, porque sí es lo peor que ha podido pasar, no solo a los rehenes sino a todo el vecindario. Los rehenes del tirano exigen libertad y si los espectadores no actúan, un motín finalmente se podría dar, lo que representa sin dudas un final que nadie quiere pero que cada día que pasa asoma como la única salida.
“No hay tal cosa como un poco de libertad. O eres totalmente libre o no eres libre” — Walter Cronkite.
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*Las ideas aquí expresadas pertenecen al autor del artículo y no necesariamente son las de la Fundación Rioplatense de Estudios.
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